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Las mascotas son los nuevos
hijos mimados de las familias colombianas. Ropa, psicólogos, colegios y
restaurantes son algunas de las excentricidades que existen hoy para ellos.
¿Dónde está el límite entre el cariño y la humanización? Los expertos responden.
Claudia Montes tiene dos
gatos, Antonio de siete años y Cheo de cuatro. Al preguntarle por qué decidió
poner esos nombres a sus mascotas, responde que
le pareció divertida la idea de que al decir ‘me voy a ver a Antonio’ o ‘Cheo
me está esperando en casa’, la gente pensara que iba a encontrarse con un
hombre. Su broma no estaba muy alejada de la realidad. La verdad es que Montes
considera a Antonio y Cheo como sus hijos. “Los ‘gathijos’ son lo primero en mi
vida”, dice. Tanto es así que planea sus vacaciones pensando en ellos, no lleva
al apartamento a nadie que les incomode y, de vez en cuando, cae en la
tentación de vestirlos por las festividades.
Como Montes, millones de
colombianos consideran a sus mascotas un hijo o un integrante más de la
familia. Muchos los dejan arroparse por las noches en sus camas, e incluso
invierten grandes sumas en productos y servicios como ropa, salones de belleza,
colegios, restaurantes, celebraciones de cumpleaños y hasta psicólogos.
Actividades que, hace unas cuantas décadas, no eran para nada comunes dentro de
la sociedad colombiana.
En la actualidad, sin embargo,
ver a un perro en un TransMilenio, en la cabina de pasajeros de un avión, en un
hotel e incluso dentro de un lujoso restaurante es pan de cada día. Aquellos
que no permiten su entrada son ‘mal vistos’ por la población en general. Sobre
todo, por la comunidad pet friendly, que ha crecido como espuma en los últimos
años y ha logrado que la discriminación y el maltrato animal disminuya
significativamente. El furor en el país y el mundo por los amigos perrunos ha
sido tal, que restaurantes y centros comerciales han optado por abrir sus
puertas a los pequeños acompañantes como una estrategia para atraer clientela.
Incluso, algunos restaurantes en Bogotá han empezado a ofrecer menús gratuitos
para ellos.
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Según informes recientes de
Euromonitor, en Colombia hay alrededor de 8 millones de animales domésticos, de
los cuales 66 por ciento son perros y gatos. Y, en promedio, los dueños
destinan entre 10 y 30 por ciento de su salario para mantenerlos. Andrés
Rodríguez, ingeniero mecánico bogotano, asegura que gasta de 300.000 a 400.000
pesos mensuales entre el colegio, el alimento y los juguetes de Sony, su pastor
australiano; Laura Campos, politóloga que adoptó dos perros, ha llegado a pagar
hasta un millón de pesos por la atención médica de sus mascotas, entre otros
lujos que les ha dado, como llevarlos al etólogo (especialista en
comportamiento animal, una especie de psicólogo de mascotas) o comprarles
prendas de ropa. Estas prácticas, explicó a SEMANA Myriam Acero, veterinaria y
autora del estudio “La relación humano-animal de compañía como un fenómeno
sociocultural”, publicado por la Universidad Nacional en 2017, evidencian “un
fenómeno sociocultural que viene creciendo desde hace diez años en el país”. La
razón principal es que cada día hay más hogares unipersonales, por lo que los
dueños pueden invertir más dinero en sus mascotas al mismo tiempo que estas se
convierten en su compañía principal.
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Sobre los beneficios de tener
una mascota se ha hablado mucho. Según los expertos, pueden aliviar la
depresión, generar una mayor autoestima y disminuir el estrés, sumado a las
actividades de esparcimiento, conversaciones amistosas y ejercicio cotidiano. Ser
Pet friendly, en resumen, se ha convertido en un estilo de vida, pues para
nadie es un secreto que en más de un barrio bogotano los dueños de las mascotas
también han optado por crear grupos de WhatsApp –igual que los padres de los
pequeños de cualquier colegio– para cuadrar las horas de juego de sus animales,
programar caminatas, debatir problemas de limpieza u organizar piñatas a todo
dar para sus amigos perrunos.
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Lo preocupante del tema,
explica Acero, “es cuando la mascota se vuelve objeto de consumo”, una
tendencia que está creciendo en el país. Con ella coincide el argentino Ricardo
Luis Bruno, especialista en conductismo animal, quien advirtió a SEMANA que “es
una mochila muy pesada ponerle a un animal la responsabilidad de tener que
actuar como lo haría un individuo de la especie humana”. En internet y redes
sociales como Facebook, Instagram o Twitter abundan estas representaciones. Una
investigación de la empresa de seguros Sainsbury citada por Dinero encontró que
“el 46 por ciento de los dueños de perros o gatos dice tomar más fotos a sus
mascotas que a sus parejas, y el 26 por ciento dice hacerlo más que a sus
hijos”. Pero el tema no llega hasta ahí, pues hoy existen perros y gatos
superestrellas con cientos de seguidores en redes. El más famoso es Jiffpom, un
pomerania con 8,6 millones de seguidores en Instagram, que diariamente aparece
posando junto a influenciadores de diferentes maneras: parado en sus dos patas
traseras, en las delanteras; disfrazado, en pijama, bailando e, incluso,
montando patineta.
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Aunque es cierto que la
excepción no hace la regla y muchas veces los dueños no tienen la intención de
excederse ni cosificar a sus mascotas, los expertos advierten sobre la
necesidad de encontrar un equilibro entre el cariño y el rol que les dan en su
vida, pues es muy frecuente que crucen el límite de lo que “evolutivamente los
animales están preparados para comprender”, dice Bruno. El hecho de tratarlos
como a un hijo o un ser humano tiene consecuencias negativas para ambas partes.
“Lleva a las mascotas a padecer conductas ansiosas y a los humanos a una
insatisfacción, pues un animal nunca podrá llenar completamente el vacío que
solo puede llenar un individuo”.
Tomado de: https://www.semana.com/vida-moderna/articulo/mascotas-humanizadas-por-sus-duenos/566054