·
Tener unos objetivos claros de lo que
pretendemos cuando educamos. Es la primera condición sin la cual podemos dar
muchos palos de ciego. Estos objetivos han de ser pocos, formulados y
compartidos por la pareja, de tal manera que los dos se sientan comprometidos
con el fin que persiguen. Requieren tiempo de comentario, incluso, a veces,
papel y lápiz para precisarlos y no olvidarlos. Además deben revisarse si
sospechamos que los hemos olvidado o ya se han quedado desfasados por la edad
del niño o las circunstancias familiares.
·
Enseñar con claridad cosas concretas. Al niño no le
vale decir “sé bueno”, “pórtate bien” o “come bien”. Estas instrucciones
generales no le dicen nada. Lo que sí le vale es darle con cariño instrucciones
concretas de cómo se coge el tenedor y el cuchillo, por ejemplo.
·
Dar tiempo de aprendizaje. Una vez hemos
dado las instrucciones concretas y claras, las primeras veces que las pone en
práctica, necesita atención y apoyo mediante ayudas verbales y físicas, si es
necesario. Son cosas nuevas para él y requiere un tiempo y una práctica guiada.
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Valorar siempre sus intentos y sus esfuerzos por
mejorar, resaltando lo que hace bien y pasando por alto lo que hace mal.
Pensemos que lo que le sale mal no es por fastidiarnos, sino porque está en
proceso de aprendizaje. Al niño, como al adulto, le encanta tener éxito y que
se lo reconozcan.
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Dar ejemplo para tener fuerza moral y
prestigio. Sin coherencia entre las palabras y los hechos, jamás conseguiremos
nada de los hijos. Antes, al contrario, les confundiremos y les defraudaremos.
Un padre no puede pedir a su hijo que haga la cama si él no la hace nunca.
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Confiar en nuestro hijo. La confianza es
una de las palabras clave. La autoridad positiva supone que el niño tenga
confianza en los padres. Es muy difícil que esto ocurra si el padre no da
ejemplo de confianza en el hijo.
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Actuar y huir de los discursos. Una vez que el
niño tiene claro cual ha de ser su actuación, es contraproducente invertir el
tiempo en discursos para convencerlo. Los sermones tienen un valor de
efectividad igual a 0. Una vez que el niño ya sabe qué ha de hacer, y no lo
hace, actúe consecuentemente y aumentará su autoridad.
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Reconocer los errores propios. Nadie es
perfecto, los padres tampoco. El reconocimiento de un error por parte de los
padres da seguridad y tranquilidad al niño/a y le anima a tomar decisiones
aunque se pueda equivocar, porque los errores no son fracasos, sino
equivocaciones que nos dicen lo que debemos evitar. Los errores enseñan cuando
hay espíritu de superación en la familia.
Todas estas recomendaciones pueden ser muy válidas para tener autoridad positiva o totalmente
ineficaces e incluso negativas. Todo depende de dos factores,
que si son importantes en cualquier actuación humana, en la relación con los
hijos son absolutamente imprescindibles: amor y sentido común.
Educar es estimar, decía Alexander Galí. El amor hace que las técnicas no
conviertan la relación en algo frío, rígido e inflexible y, por lo tanto,
superficial y sin valor a largo plazo. El amor supone tomar decisiones
que a veces son dolorosas, a corto plazo, para los padres y para los
hijos, pero que después son valoradas de tal manera que dejan un buen sabor de
boca y un bienestar interior en los hijos y en los padres.
El sentido común es lo que hace que se aplique la
técnica adecuada en el momento preciso y con la intensidad apropiada, en
función del niño, del adulto y de la situación en concreto. El sentido común
nos dice que no debemos matar moscas a cañonazos ni leones con tirachinas. Un
adulto debe tener sentido común para saber si tiene delante una mosca o un
león. Si en algún momento tiene dudas, debe buscar ayuda para tener las ideas
claras antes de actuar.
Pablo Pascual
Sorribas
Maestro, licenciado
en Historia y logopeda
FUENTE: http://www.solohijos.com/web/como-lograr-una-autoridad-positiva/