28 febrero, 2019

IGLESIA CATÓLICA (RELIGIÓN CUARTO)

La Iglesia católica (en latín: Ecclesia Catholica) es la Iglesia cristiana más numerosa. Está compuesta por 24 Iglesias sui iuris: la Iglesia latina y 23 Iglesias orientales, que se encuentran en completa comunión con el papa y que en conjunto reúnen a más de 1200 millones de fieles.

La Iglesia católica sostiene que en ella subsiste la única Iglesia fundada por Cristo. encomendada por él al apóstol Pedro, a quien le confió su difusión y gobierno junto con los demás apóstoles.​ Por ello, se considera a sí misma como un «sacramento», un «signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano».

La cabeza de la Iglesia católica es el obispo de Roma, el papa, considerado el sucesor del apóstol Pedro, quien según la tradición católica fue el primer papa. El papa actual, el número 266 en la historia de la Iglesia, es Francisco. La sede papal, conocida como la Santa Sede, ocupa un lugar preeminente entre las demás sedes episcopales y constituye el gobierno central de la Iglesia, ​ por quien actúa y habla, y es reconocida internacionalmente como una entidad soberana.

A la Iglesia católica pertenecen todos los bautizados según sus ritos propios y que no hayan realizado un acto formal de apostasía Según los datos del Anuario Pontificio de 2018 referentes al año 2016, el número de bautizados miembros de la Iglesia es de 1299 millones, el 17,7 % de la población mundial. Se trata de una comunidad cristiana que se remonta a Jesús y a los doce apóstoles, por medio de una sucesión apostólica nunca interrumpida, también compartida con la Iglesia ortodoxa.

A lo largo de sus dos milenios de historia, la Iglesia católica ha influido en la filosofía occidental, la ciencia, el arte y la cultura. Entre sus enseñanzas se incluyen la difusión del Evangelio y la realización de obras de misericordia corporales y espirituales en atención a los enfermos, pobres y afligidos, como parte de su doctrina social. La Iglesia, de hecho, es la mayor proveedora no gubernamental de educación y servicios médicos del mundo.


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26 febrero, 2019

Tramontana - Gabriel García Márquez (Comprensión lectora cuarto)

Gabriel García Márquez
(Aracataca, Colombia 1928 - México DF, 2014)


Tramontana
Doce cuentos peregrinos (1992)

         Lo vi una sola vez en Boccacio, el cabaret de moda en Barcelona, pocas horas antes de su mala muerte. Estaba acosado por una pandilla de jóvenes suecos que trataban de llevárselo a las dos de la madrugada para terminar la fiesta en Cadaqués. Eran once, y costaba trabajo distinguirlos, porque los hombres y las mujeres parecían iguales: bellos de caderas estrechas y largas cabelleras doradas. Él no debía ser mayor de veinte años. Tenía la cabeza cubierta de rizos empavonados, el cutis cetrino y terso de los caribes acostumbrados por sus mamás a caminar por la sombra, y una mirada árabe como para trastornar a las suecas, y tal vez a varios de los suecos. Lo habían sentado en el mostrador como a un muñeco de ventrílocuo, y le cantaban canciones de moda acompañándose con las palmas, para convencerlo de que se fuera con ellos. Él, aterrorizado, les explicaba sus motivos. Alguien intervino a gritos para exigir que lo dejaran en paz, y uno de los suecos se le enfrentó muerto de risa.
         —Es nuestro —gritó—. Nos lo encontramos en el cajón de la basura.
         Yo había entrado poco antes con un grupo de amigos después del último concierto que dio David Oistrakh en el Palau de la Música, y se me erizó la piel con la incredulidad de los suecos. Pues los motivos del chico eran sagrados. Había vivido en Cadaqués hasta el verano anterior, donde lo contrataron para cantar canciones de las Antillas en una cantina de moda, hasta que lo derrotó la tramontana. Logró escapar al segundo día con la decisión de no volver nunca, con tramontana o sin ella, seguro de que si volvía alguna vez lo esperaba la muerte. Era una certidumbre caribe que no podía ser entendida por una banda de nórdicos racionalistas, enardecidos por el verano y por los duros vinos catalanes de aquel tiempo, que sembraban ideas desaforadas en el corazón.
         Yo lo entendía como nadie. Cadaqués era uno de los pueblos más bellos de la Costa Brava, y también el mejor conservado. Esto se debía en parte a que la carretera de acceso era una cornisa estrecha y retorcida al borde de un abismo sin fondo, donde había que tener el alma muy bien puesta para conducir a más de cincuenta kilómetros por hora. Las casas de siempre eran blancas y bajas, con el estilo tradicional de las aldeas de pescadores del Mediterráneo. Las nuevas eran construidas por arquitectos de renombre que habían respetado la armonía original. En verano, cuando el calor parecía venir de los desiertos africanos de la acera de enfrente, Cadaqués se convertía en una Babel infernal, con turistas de toda Europa que durante tres meses les disputaban su paraíso a los nativos y a los forasteros que habían tenido la suerte de comprar una casa a buen precio cuando todavía era posible. Sin embargo, en primavera y otoño, que eran las épocas en que Cadaqués resultaba más deseable, nadie dejaba de pensar con temor en la tramontana, un viento de tierra inclemente y tenaz, que según piensan los nativos y algunos escritores escarmentados, lleva consigo los gérmenes de la locura.
         Hace unos quince años yo era uno de sus visitantes asiduos, hasta que se atravesó la tramontana en nuestras vidas. La sentí antes de que llegara, un domingo a la hora de la siesta, con el presagio inexplicable de que algo iba a pasar. Se me bajó el ánimo, me sentí triste sin causa, y tuve la impresión de que mis hijos, entonces menores de diez años, me seguían por la casa con miradas hostiles. El portero entró poco después con una caja de herramientas y unas sogas marinas para asegurar puertas y ventanas, y no se sorprendió de mi postración.
         —Es la tramontana —me dijo—. Antes de una hora estará aquí.
         Era un antiguo hombre de mar, muy viejo, que conservaba del oficio el chaquetón impermeable, la gorra y la cachimba, y la piel achicharrada por las sales del mundo. En sus horas libres jugaba a la petanca en la plaza con veteranos de varias guerras perdidas, y tomaba aperitivos con los turistas en las tabernas de la playa, pues tenía la virtud de hacerse entender en cualquier lengua con su catalán de artillero. Se preciaba de conocer todos los puertos del planeta, pero ninguna ciudad de tierra adentro. “Ni París de Francia con ser lo que es”, decía. Pues no le daba crédito a ningún vehículo que no fuera de mar.
         En los últimos años había envejecido de golpe, y no había vuelto a la calle. Pasaba la mayor parte del tiempo en su cubil de portero, solo en alma, como vivió siempre. Cocinaba su propia comida en una lata y un fogoncillo de alcohol, pero con eso le bastaba para deleitarnos a todos con las exquisiteces de la cocina gótica. Desde el amanecer se ocupaba de los inquilinos, piso por piso, y era uno de los hombres más serviciales que conocí nunca, con la generosidad involuntario y la ternura áspera de los catalanes. Hablaba poco, pero su estilo era directo y certero. Cuando no tenía nada más que hacer pasaba horas llenando formularlos de pronósticos para el fútbol que muy pocas veces hacía sellar.
         Aquel día, mientras aseguraba puertas y ventanas en previsión del desastre, nos habló de la tramontana como si fuera una mujer abominable pero sin la cual su vida carecería de sentido. Me sorprendió que un hombre de mar rindiera semejante tributo a un viento de tierra.
         —Es que éste es más antiguo —dijo.
         Daba la impresión de que no tenía su año dividido en días y meses, sino en el número de veces que venía la tramontana. “El año pasado, como tres días después de la segunda tramontana, tuve una crisis de cólicos”, me dijo alguna vez. Quizás eso explicaba su creencia de que después de cada tramontana uno quedaba varios años mas viejo. Era tal su obsesión, que nos infundió la ansiedad de conocerla como una visita mortal y apetecible.
         No hubo que esperar mucho. Apenas salió el portero se escuchó un silbido que poco a poco se fue haciendo más agudo e intenso, y se disolvió en un estruendo de temblor de tierra. Entonces empezó el viento. Primero en ráfagas espaciadas cada vez más frecuentes, hasta que una se quedó inmóvil, sin una pausa, sin un alivio, con una intensidad y una sevicia que tenía algo de sobrenatural. Nuestro apartamento, al contrario de lo usual en el Caribe, estaba de frente a la montaña, debido quizás a ese raro gusto de los catalanes rancios que aman el mar pero sin verlo. De modo que el viento nos daba de frente y amenazaba con reventar las amarras de las ventanas.
         Lo que más me llamó la atención era que el tiempo seguía siendo de una belleza irrepetible, con un sol de oro y el cielo impávido. Tanto, que decidí salir a la calle con los niños para ver el estado del mar. Ellos, al fin y al cabo, se habían criado entre los terremotos de México y los huracanes del Caribe, y un viento de más o de menos no nos pareció nada para inquietar a nadie. Pasamos en puntillas por el cubil del portero, y lo vimos estático frente a un plato de frijoles con chorizo, contemplando el viento por la ventana. No nos vio salir.Logramos caminar mientras nos mantuvimos al socaire de la casa, pero al salir a la esquina desamparada tuvimos que abrazarnos a un poste para no ser arrastrados por la potencia del viento. Estuvimos así, admirando el mar inmóvil y diáfano en medio del cataclismo, hasta que el portero, ayudado por algunos vecinos, llegó a rescatarnos. Sólo entonces nos convencimos de que lo único racional era permanecer encerrados en casa hasta que Dios quisiera. Y nadie tenía entonces la menor idea de cuándo lo iba a querer.
         Al cabo de dos días teníamos la impresión de que aquel viento pavoroso no era un fenómeno telúrico, sino un agravio personal que alguien estaba haciendo contra uno, y sólo contra uno. El portero nos visitaba varias veces al día, preocupado por nuestro estado de ánimo, y nos llevaba frutas de la estación y alfajores para los niños. Al almuerzo del martes nos regaló con la pieza maestra de la huerta catalana, preparada en su lata de cocina: conejo con caracoles. Fue una fiesta en medio del horror.
         El miércoles, cuando no sucedió nada más que el viento, fue el día más largo de mi vida. Pero debió ser algo como la oscuridad del amanecer, porque después de la media noche despertamos todos al mismo tiempo, abrumados por un silencio absoluto que sólo podía ser el de la muerte. No se movía una hoja de los árboles por el lado de la montaña. De modo que salimos a la calle cuando aún no había luz en el cuarto del portero, y gozamos del cielo de la madrugada con todas sus estrellas encendidas, y del mar fosforescente. A pesar de que eran menos de las cinco, muchos turistas gozaban del alivio en las piedras de la playa, y empezaban a aparejar los veleros después de tres días de penitencia.
         Al salir no nos había llamado la atención que estuviera a oscuras el cuarto del portero. Pero cuando regresamos a casa el aire tenía ya la misma fosforescencia del mar, y aún seguía apagado su cubil. Extrañado, toqué dos veces, y en vista de que no respondía, empujé la puerta. Creo que los niños lo vieron primero que yo, y soltaron un grito de espanto. El viejo portero, con sus insignias de navegante distinguido prendidas en la solapa de su chaqueta de mar, estaba colgado del cuello en la viga central, balanceándose todavía por el último soplo de la tramontana.
         En plena convalecencia, y con un sentimiento de nostalgia anticipada, nos fuimos del pueblo antes de lo previsto, con la determinación irrevocable de no volver jamás. Los turistas estaban otra vez en la calle, y había música en la plaza de los veteranos, que apenas sí tenían ánimos para golpear los boliches de la petanca. A través de los cristales polvorientos del bar Marítzm alcanzamos a ver algunos amigos sobrevivientes, que empezaban la vida otra vez en la primavera radiante de la tramontana. Pero ya todo aquello pertenecía al pasado.
         Por eso, en la madrugada triste del Boccacio, nadie entendía como yo el terror de alguien que se negara a volver a Cadaqués porque estaba seguro de morir. Sin embargo, no hubo modo de disuadir a los suecos, que terminaron llevándose al chico por la fuerza con la pretensión europea de aplicarle una cura de burro a sus supercherías africanas. Lo metieron pataleando en una camioneta de borrachos, en medio de los aplausos y las rechiflas de la clientela dividida, y emprendieron a esa hora el largo viaje hacia Cadaqués.
         La mañana siguiente me despertó el teléfono. Había olvidado cerrar las cortinas al regreso de la fiesta y no tenía la menor idea de la hora, pero la alcoba estaba rebozada por el esplendor del verano. La voz ansiosa en el teléfono, que no alcancé a reconocer de inmediato, acabó por despertarme.
         —¿Te acuerdas del chico que se llevaron anoche para Cadaqués?
         No tuve que oír más. Sólo que no fue como me lo había imaginado, sino aún más dramático. El chico, despavorido por la inminencia del regreso, aprovechó un descuido de los suecos venáticos y se lanzó al abismo desde la camioneta en marcha, tratando de escapar de una muerte ineluctable.

Enero 1982

25 febrero, 2019

INTENCIÓN COMUNICATIVA (ESPAÑOL TERCERO)


La intención comunicativa de un texto se refiere a la finalidad que se quiere conseguir mediante el mismo. Al escribirlo, el autor de un texto quiere conseguir un propósito específico, que puede y suele ser diferente según cada situación concreta. La intención comunicativa es una de las formas más comunes de clasificar los textos escritos.

Esto es debido a que la intención del autor determinará el tipo de lenguaje, la interpretación del receptor, la información que se recibe y el estilo. Aunque algunos textos pueden tener varias intenciones comunicativas, en general hay una que predomina. Por ello, al analizar un texto es fundamental encontrar su intención comunicativa primaria.

TIPOS DE INTENCIÓN COMUNICATIVA EN TEXTOS
Aunque existen varias clasificaciones para los distintos tipos de intención comunicativa en los textos escritos, la más común es la que los divide en tres: textos informativos, textos persuasivos y textos directivos.
Como se puede ver, estos tres tipos están relacionados con las funciones de la lengua. Cada uno de ellos tiene unas características concretas que veremos a continuación.
Textos informativos
Los textos informativos son aquellos en los que la intención comunicativa principal es comunicar una serie de hechos de tal forma que el receptor los comprenda. La función del lenguaje que cumplen es la representativa: es decir, hacen alusión directamente a una realidad, describiéndola o explicándola.
En general, estos textos también pueden clasificarse como expositivos, aunque pueden tomar otras formas como una cronología o una descripción. Son muy comunes en periódicos, revistas de investigación, manuales y textos científicos.
Textos persuasivos
Los textos persuasivos son aquellos escritos en los que el autor trata de convencer al receptor de sus propias ideas, de tal forma que este cambie su opinión frente a un hecho y adopte la del emisor.
En el campo periodístico, la intención de la mayoría de los textos es una mezcla entre la informativa y la persuasiva: gran parte de estos exponen una serie de hechos, pero matizados por la opinión personal del autor.
Textos directivos
Los textos directivos tienen la función principal de influir en el comportamiento del lector, guiando su forma de actuar en una situación concreta. Esto lo pueden hacer aconsejándole el mejor curso de acción, dándole órdenes o aportándole conocimiento.
En ocasiones, los textos directivos son divididos en tres subtipos en función de cuál es el fin último que persiguen:
– Textos que buscan enseñar al lector, de tal forma que sea capaz de realizar una acción que antes no sabía hacer. Por ejemplo, los pasos parar preparar un nuevo plato.
– Textos que buscan aconsejar, de tal forma que se comparte la experiencia del autor con el receptor. El ejemplo más claro son los artículos y libros de desarrollo personal.
– Textos que buscan transmitir unas normas concretas que el receptor debe cumplir. Las leyes y los códigos de conducta son ejemplos de este tipo de texto.


TEXTO ARGUMENTATIVO (ESPAÑOL CUARTO)

El texto argumentativo es aquel en que el emisor presenta una opinión razonada sobre un tema actual y controvertido para influir en la forma de pensar del destinatario.

En aquellas situaciones en las que se crean este tipo de textos los elementos de la comunicación presen an las siguientes características:

-          El emisor: actúa con el propósito de convencer o persuadir al receptor.
-          El destinatario: persona a la que se dirige el mensaje.
-          El objeto de la argumentación es el tema.

El siguiente esquema puede ser orientativo para clasificar algunos géneros textuales que poseen carácter argumentativo:




TEXTO EXPOSITIVO (ESPAÑOL CUARTO)

Transmite la información sobre algún aspecto de la realidad. Puede adoptar distintas formas según el género textual al que pertenezca: una carta, un trabajo monográfico, una ponencia.

Se suelen insertar secuencias descriptivas, argumentativas...

El siguiente esquema nos puede servir como base para ver cómo se organizan este tipo de textos:



22 febrero, 2019

20 febrero, 2019

Elementos de la comunicación (Español tercero)

Llamamos comunicación al proceso por el cual se transmite una información entre un emisor y un receptor.

Los elementos que intervienen en el proceso de comunicación son los siguientes:

  • Emisor: Aquél que transmite la información (un individuo, un grupo o una máquina).
  • Receptor: Aquél, individual o colectivamente, que recibe la información. Puede ser una máquina.
  • Código: Conjunto o sistema de signos que el emisor utiliza para codificar el mensaje.
  • Canal: Elemento físico por donde el emisor transmite la información y que el receptor capta por los sentidos corporales. Se denomina canal tanto al medio natural (aire, luz) como al medio técnico empleado (imprenta, telegrafía, radio, teléfono, televisión, ordenador, etc.) y se perciben a través de los sentidos del receptor (oído, vista, tacto, olfato y gusto).
  • Mensaje: La propia información que el emisor transmite.
  • Contexto: Circunstancias temporales, espaciales y socioculturales que rodean el hecho o acto comunicativo y que permiten comprender el mensaje en su justa medida.

Los elementos de la comunicación se relacionan entre sí:


Así, un emisor envía un mensaje a un receptor, a través de un canal y de los signos de un código, y de acuerdo al contexto en que se sitúa ese acto de comunicación.

TEXTO DESCRIPTIVO (ESPAÑOL CUARTO)

Se define como un tipo de secuencia comunicativa en la que el emisor pretende mostrar cómo es un ser, un objeto o una realidad.

Los textos descriptivos son secuencias textuales que se incluyen dentro de otro texto (narración, exposición, ...).

La estructura suele responder al siguiente esquema:



Por otro lado debemos tener presente que no hay una clasificación única. Así podemos hablar de descripción paisajística, de personas (prosopografía, etopeya, retrato, ...) etc.

Las características lingüísticas podemos resumirlas en:

- Abunda el adjetivo, ya que es la categoría que nos permite conocer las cualidades o propiedades del objeto.
- Predominio de verbos en pretérito imperfecto o presente de indicativo.
- Uso de comparaciones, metáforas, ...
- Se utilizan oraciones copulativas o atributivas.
- Los conectores textuales nos ayudan a relacionar las distintas partes del texto.

TEXTO NARRATIVO (ESPAÑOL CUARTO)

Narrar consiste en contar un suceso, una historia. Por ejemplo cuando le contamos a un amigo una película, o lo que hicimos este verano, ... elaboramos textos narrativos.

El texto narrativo puede ser oral o escrito, según el canal, y ficticio o real,según la naturaleza del suceso contado.

Observemos el siguiente cuadro que puede servirnos como guía:


Las características lingüísticas del texto narrativo podemos sintetizarlas en:
- Relevancia de los conectores temporales
- Abundancia de verbos de acción ordenados en un sistema coherente.
- Predominio de formas verbales en pasado. (pretérito perfecto simple e imperfecto de indicativo)
- Uso del diálogo.

18 febrero, 2019

05 febrero, 2019

04 febrero, 2019

MEDIOS DIGITALES (Tercero español)

Desde finales de la década de 1980, las llamadas “nuevas tecnologías” comenzaron un proceso de masificación que definió el camino a seguir de los medios de comunicación. A partir de los medios digitales se construyeron nuevas plataformas informativas, alojadas en Internet y constituidas por herramientas audiovisuales, formatos de interacción y contenidos de carácter virtual.

Entre los medios digitales sobresalen los blogs, las revistas virtuales, las versiones digitales y audiovisuales de los medios impresos, páginas web de divulgación y difusión artística, emisoras de radio virtuales, entre otros. La rapidez, la creatividad y la variedad de recursos que utilizan los medios digitales para comunicar hacen de ellos una herramienta muy atractiva. Su variedad es casi infinita, casi ilimitada, lo que hace que, día a día, un gran número de personas se inclinen por ellos para crear, expresar, diseñar, informar y comunicar.


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TIPOLOGÍA TEXTUAL (PRIMERA PARTE)


1.      La palabra: la palabra es un fragmento funcional de lenguaje que expresa un concepto de manera clara. Al unir varias palabras podemos conformar una oración.

2.       La oración: es el fragmento más pequeño capaz de comunicar una idea. Se trata de unas serie de palabras que tienen sentido completo. La oración es independiente desde el punto de vista de la gramática (no necesita más cosas para que se pueda entender) y termina en una pausa o en un punto. Está conformada por predicado y sujeto este último puede ser expreso o implícito.

3.    El párrafo: el párrafo es la unidad mínima de un texto compuesto por una o más oraciones que desarrollan una idea. La palabra párrafo se deriva del latín tardío paragraphus. El párrafo es el fragmento de un texto y está formado por un conjunto de oraciones principales y secundarias, estas últimas conocidas como subordinadas, relacionadas de manera lógica y coherente entre sí a fin de desarrollar un determinado tema. Las oraciones de un párrafo se distinguen por estar separadas por puntos y seguidos.

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